La pandemia de enfermedad por coronavirus (COVID-19) representa, en definitiva, una crisis mundial sin precedentes que nos ha tomado por sorpresa. Si bien, se sabe que desde su llegada se propagó en pocos meses, infectando a millones de personas, cobrándose cientos de miles de vidas y transformando por completo las que permanecen, ¿de qué manera?, muy simple, nuestra forma de percibir y conducirnos por el mundo no es la misma.
Cierto es que a consecuencia del confinamiento se ha desencadenado un impacto severo entre el ámbito psicológico, social y económico, que de alguna u otra forma nos ha repercutido con cierta inestabilidad, temor, preocupación y/o incertidumbre, ya sea en nuestro espacio de trabajo, con la familia, escuela y sociedad, es decir, en cada uno de los rubros de nuestra vida. No obstante, es importante mencionar que desde la aceptación de cada ser humano la nueva realidad es
completamente comprensible, pero, en lo personal asumo que la idea primordial está en lograr un proceso adaptativo de tal manera que podamos trabajar y colaborar en conjunto.
Es importante destacar que, más allá de replantear aspectos adversos de esta nueva realidad, la finalidad de este espacio es mencionar que, de igual manera, la pandemia nos ha impulsado a grandes enseñanzas, evolucionar, adaptarnos y reflexionar, es decir, cambiar el chip de la forma de
pensar, sentir y actuar. Parte de esto es considerar que, en lo personal, me ha redireccionado como ser humano, pues he valorado y pensado sobre aspectos que seguramente hace unos años no hubiera visualizado igual, como atesorar el sentido de la vida misma, de las personas que me rodean, de familia
y amigos, además de seguir confirmando que hago actividades que me apasionan como mi trabajo, visitar a mis amigos, ir a un parque, conciertos o museos, incluso todas aquellas conductas que tal vez parecieran simples o cotidianas como sonreir, disfrutar de la lluvia, cantar, ir a yoga, etc